El secuestro terminó 1.286 días después. No había razones válidas para su encarcelamiento, pero parecía idóneo para echar andar el lawfare contra Venezuela.

 

Sin una sola prueba en su contra, Alex Saab experimentó en carne propia la crueldad por la que se conoce a la élite que gobierna desde Washington: amenazas, torturas físicas y psicológicas, encierro en cárceles inmundas. Todo por ayudar a un país que, indoblegable, no se subordinó a los dictámenes de la Casa Blanca y, por ende, sufrió las más duras sanciones contra su músculo económico, comercial y financiero.

 

Pero, en la oscuridad, parecía colarse un rayo de esperanza. El 14 de diciembre, Alex Saab habla con sus abogados para que «averigüen si hay una novedad porque sabíamos que estaban las negociaciones en curso».

 

No obstante, la respuesta de los fiscales sería: «No hay nada», aunque insistían en que se declarara culpable porque «seguro se podría hacer un canje».

 

«Ellos creían que si yo me hacía culpable, se haría un canje. No nos lo aseguraron, pero decían: ‘Mira, nosotros creemos que si él se hace culpable, se puede hacer un canje o terminaría siendo canjeado’. Yo siempre me negué a -declararme- culpable de absolutamente nada, porque no he cometido ningún crimen y ellos lo sabían, lo sabían y bastante claro que me quedó», relata el diplomático en el tercer episodio de Maduro Podcast, moderado por el presidente de la República, Nicolás Maduro, y la primera combatiente y diputada de la Asamblea Nacional (AN), Cilia Flores.

 

El 15 de diciembre seguían sin darle noticias. Sin embargo, ese mismo día el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, firma el indulto que le daría su libertad.

 

«Ellos no nos habían dicho nada», añade.

 

Pasaron tres días. El lunes 18 de diciembre, su celda habitual cambia por una con paredes de vidrio, estrecha, de aproximadamente 3×3 y con una temperatura menor a los 10 grados.

 

Saab recuerda que, en el centro de la estructura, había una camilla. Ahí se acostaba, temblando por el frío y expuesto a unas enormes lámparas encendidas con dirección a su rostro. No sabía lo que sucedía, aparentemente ninguno de los presentes lo sabía.

 

«Ahí estuve dos días, hay que decirlo, sin comida, sin agua, sin saber qué pasaba y sin apagar la luz, congelándome», puntualiza.

 

El 20 de diciembre abandona la celda de vidrio y lo encaminan a la Corte, donde después de pasar dos horas en dos calabozos diferentes, finalmente «terminé dentro de un carro, dándole gracias a Dios de que ya íbamos al aeropuerto».

 

Aborda el avión. Saab estaba «esposado de pies y de manos», se da cuenta que lo acompañan el Enviado presidencial especial para Asuntos de Rehenes de Estados Unidos, Roger Carstens, y otros funcionarios de la Casa Blanca, cuyos nombres prefiere no mencionar ahora mismo. Finalmente, despegan.

 

«El señor Carstens hace que me quiten las esposas de las manos y de los pies. Y, tengo que decirlo, ya con él y su equipo, el trato fue excelente», agrega.

 

Es ahí cuando conoce cuál será su destino. «Me explican cómo sería el procedimiento del canje, primero iban a verificar los que estaban en el avión de Venezuela, después iban a verificar que yo estuviera acá», explica Saab.

 

Llegan a San Vicente y las Granadinas. Se da el canje y, a lo lejos, observa a un viejo conocido: Jorge Rodríguez, presidente de la Asamblea Nacional y jefe de la Delegación del Gobierno Nacional en la Mesa de Diálogo. La emoción se apoderó de él, tanto que su primer gesto al tenerlo frente a frente sería un abrazo.

 

«De verdad que volví a la vida cuando lo vi. Me dijo: Tú no te preocupes, de aquí no nos vamos sin ti», recalca.

 

Ese día se reencontró con su familia. Alex Saab regresó a Venezuela, libre como siempre ha debido estar.

 

T/Prensa Presidencial