¡Sépalo! Chipos alimentados con cucarachas viven y procrean más

Foto Ivic-Mérida
Foto Ivic-Mérida

Existe una justificación para que las cucarachas hayan sido incluidas en la lista de plagas urbanas de la Organización Mundial de la Salud (OMS): son portadoras de bacterias, hongos, mohos, gusanos parásitos, protozoarios y virus.

Dentro de esa variedad de microbios patógenos hay uno en particular que merece especial atención; se trata del parásito protozoario Trypanosoma cruzi -causante de la enfermedad de Chagas-, el cual se aloja en insectos de la subfamilia de los triatominos conocidos como chipos.

Un reciente estudio, elaborado por investigadores de Venezuela y Colombia, evidenció que chipos de la especie Belminus ferroae presentan un mejor desempeño biológico cuando succionan el fluido circulatorio (hemolinfa) de cucarachas Blaberus giganteus, en lugar de ingerir la sangre de roedores. Mejor desempeño biológico significa mayor tasa de supervivencia y éxito reproductivo.

“Quedó demostrado que a los chipos B. ferroae les va mejor alimentándose de insectos-invertebrados que de mamíferos-vertebrados”, aclaró Fernando Otálora-Luna, investigador del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (Ivic) y coautor del proyecto.

A esa conclusión se llegó después de efectuar un análisis morfométrico por marcas o puntos anatómicos (morfometría geométrica) de las alas de 590 chipos (305 hembras y 285 machos), capturados en viviendas de la municipalidad de Toledo, Departamento del Norte de Santander, Colombia.

Dichos puntos o marcas, extraídos de las imágenes digitalizadas de las alas, fueron identificadas por coordenadas y luego procesadas con programas especializados en análisis estadísticos multivariados de acceso libre. El producto resultante fue la geometría de las alas de los chipos.

De acuerdo con la bióloga Claudia Sandoval, autora de la investigación, la técnica de morfometría geométrica permite descomponer la forma de las cosas en dos variables: tamaño y conformación o silueta. “El tamaño puede verse más afectado por características ambientales, pero la conformación podría estar relacionada con cambios genéticos o procesos adaptativos”, explicó.

Chagas “en casa”

En ese sentido, se compararon diferentes grupos de chipos: progenitores recolectados en hábitats humanos vs descendencia criada en laboratorio, alimentados con hemolinfa de cucarachas vs alimentados con sangre de roedores, machos vs hembras, entre otros.

El escenario controlado en laboratorio se asemeja al del domicilio humano pues, en ambos casos, variables como temperatura, humedad, calidad de nutrientes consumidos, régimen de luz-oscuridad, población y huéspedes, pueden mantenerse estables.

“Es decir, sobrevivir y/o reproducirse en un domicilio y en laboratorio son situaciones análogas, a diferencia de la vida en estado silvestre, donde las condiciones son más variables”, aseguró el investigador de la Universidad de Los Andes (ULA) de Mérida y coautor del artículo, Elis Aldana.

¿Por qué es relevante saber que los chipos pueden vivir cómodamente en las viviendas humanas? Según Aldana, es muy importante desde el punto de vista epidemiológico. “Si logran domiciliarse y están infectados con T. cruzi, pueden transmitir más eficazmente la enfermedad de Chagas al estar en mayor contacto con la gente”, dijo el experto.

Una manera de determinar la capacidad de domiciliación de estos animales voladores era analizando la conformación de las alas. El científico del Ivic, Fernando Otálora-Luna, indicó que entre los chipos salvajes y los chipos domésticos o de laboratorio existen diferencias geométricas derivadas del cambio de domicilio.

“Cuando emigran del campo al hábitat humano reducen su tamaño y se hacen igualmente pequeños cuando salen del campo o hábitat humano al laboratorio. Aquí se observó esa disminución en B. ferroae”, acotó Otálora.

De todos los grupos estudiados, el que más restringió su crecimiento y evidenció cambios morfológicos en las alas fue el de los chipos criados con cucarachas. Esa reducción corporal se traduce como adaptación, “es decir, mejor desempeño biológico”, concluyó el investigador del Ivic.

La bióloga Claudia Sandoval explicó que la conformación (silueta) de las alas de los chipos progenitores (capturados en domicilios humanos) fue similar a la exhibida por tres generaciones de descendientes criados en laboratorio y alimentados con cucarachas, a pesar de que estos últimos también presentaron una gran reducción del tamaño.

“La conformación del ala es una variable más estable que el tamaño, lo cual nos permite afirmar con suficiente certeza que, dentro de los domicilios, B. ferroae se alimenta principalmente de artrópodos, aun cuando pueda tener disponible hospedadores vertebrados”, sostuvo Sandoval.

Menos “chupasangre” de lo pensado

Según el trabajo publicado en la revista de entomología Psyche, el género Belminus agrupa a ocho especies de chipos distribuidas en México, Costa Rica, Panamá, Colombia, Venezuela, Perú y Brasil. Su dieta puede incluir a miembros de su misma especie (canibalismo), sangre de vertebrados obtenida del intestino de otro insecto “chupasangre” (cleptohematofagia), líquido de invertebrados (hemolinfagia) y sangre de vertebrados extraída directamente (hematofagia).

La ingesta de hemolinfa de cucarachas acortó el ciclo de vida de los chipos: crecieron en menos tiempo y más pequeños. Lo opuesto sucedió cuando succionaron sangre de ratón: demoraron en crecer, lo que redundó en un mayor porte. A este fenómeno se le conoce como efecto del hospedador. “La cucaracha es protagonista en el proceso de adaptación del chipo y la evidencia es que este reduce su tamaño”, complementó Otálora.

Estos hallazgos sugieren que aspectos relacionados con la adaptación a la dieta sanguínea, como factores antihemostáticos, eficiencia de enzimas digestivas, evolución de mecanismos para contrarrestar los efectos del estrés oxidativo y la adecuada contribución de factores nutricionales (por ejemplo, vitamina B), pudieran retrasar el tiempo desarrollo de los insectos alimentados con ratón, siendo responsables de la frecuencia de individuos de mayor tamaño, señalan los autores en la publicación científica.

El hecho de que los chipos “prefieran” la hemolinfa de invertebrados tiene otras implicaciones. En primer lugar, apoya la hipótesis según la cual los ancestros de los chipos modernos no eran “chupasangre”. Hace unos 200 millones de años, cazaban a insectos iguales a ellos y se los comían, es decir, no eran hematófagos sino entomófagos. Posiblemente ese salto evolutivo requirió transformaciones de índole fisiológica, morfológica y conductuales.

La segunda implicación se asocia con el pasado reciente de los chipos. “Actualmente, existe una controversia alrededor del origen de los chipos, porque no está claro si se trata de un grupo derivado de un ancestro común o de más de un ancestro”, informó Sandoval.

Como la subfamilia de los triatominos es reconocida por su hematofagia, el comportamiento entomófago de Belminus suele usarse como argumento para apoyar o rechazar las diferentes hipótesis filogenéticas. Definir esas relaciones de parentesco es esencial más allá del ámbito académico. “Al ser vectores de T. cruzi, se podría predecir la biología, ecología, respuesta a las diferentes herramientas de control y posible compromiso epidemiológico de las especies emparentadas”, informó Sandoval.

A juicio de Otálora, este novedoso proyecto fue igualmente útil para probar cuán poderoso es el método morfométrico. “Los biólogos moleculares nos tienen acostumbrados a que la mejor forma de saber de biología es haciendo PCR y secuenciaciones. Sin embargo, aquí demostramos que la morfometría geométrica dice tanto o más que los genes. Con este trabajo se revaloriza a la matemática como herramienta para desvelar los misterios de la vida”, precisó.

Además de Otálora, Sandoval y Aldana, participaron en este estudio Elsa Nieves, de la ULA-Mérida; y Reinaldo Gutiérrez, Diego Jaimes y Nelcy Ortiz, de la Universidad de Pamplona de Colombia.

T/Bitácora