Para algunos, nuestro futuro energético es sencillo. Es un mundo en el que dominan las energías renovables, o como algunos han hablado de una «Era de la Electricidad» – una transición de una fuente de energía a otra, o en términos literales, la sustitución del 80% de la mezcla energética actual que proviene del petróleo, el gas y el carbón.
Quizá sea fácil dejarse engañar. El término transición energética se ha convertido en un «cajón de sastre» para una visión intangible, que hace que un futuro radicalmente diferente parezca normal. Pasamos de A a B, y no nos preocupemos, el mundo llegará allí, como supuestamente ha hecho en el pasado. Es una narrativa que algunos creen inamovible y que no debe cuestionarse.
Esto es erróneo. Tenemos que darnos cuenta de que la transición energética actual no se basa en la historia real de la energía y no es un futuro realista para todos los países y pueblos del mundo. Además, podría dar lugar a grandes retos para la seguridad energética, la disponibilidad de energía y la reducción de emisiones, y a que no se realicen las inversiones necesarias.
Esto se ha puesto de manifiesto en los últimos años con la adopción de políticas ambiciosas y poco realistas. Ello ha llevado a las poblaciones a oponerse a estas propuestas, al comprender las implicaciones que tienen en su suministro energético y en sus bolsillos.
Gran parte de la narrativa de la transición que escuchamos se basa en una suposición sobre nuestro pasado energético: que las fuentes de energía están atrapadas en una competición interminable y se han sustituido constantemente unas a otras: el carbón sustituyó a la madera, que fue sustituida por el petróleo, que aparentemente será sustituido por las energías renovables. Esto también es erróneo. Las fuentes de energía no han desaparecido, de hecho, siguen complementándose e incluso dependiendo unas de otras. Nuestro pasado energético no ha sido una serie de acontecimientos de sustitución, y tampoco lo será nuestro futuro energético.
A lo largo de los siglos, a medida que las economías crecían, las poblaciones se expandían y la demanda de energía aumentaba, se ha tratado de adiciones de energía. La enorme expansión del consumo de carbón a partir de 1850, aproximadamente, hizo que la demanda de otros materiales también se multiplicara exponencialmente. El carbón impulsó la revolución industrial, y la madera, concretamente la leña, fue esencial para construir multitud de edificios y productos. La madera también fue crucial para la infraestructura de torres de perforación, tanques y barriles de la primitiva industria petrolera. La realidad actual es que el consumo mundial de madera sigue aumentando año tras año.
La creciente importancia del petróleo a partir de finales de los años 50 también provocó un aumento de la demanda de carbón, vital para la producción de acero. El acero es un material clave para la prospección, producción y transporte de petróleo. El mundo consume más del triple de carbón que en 1960. De hecho, hoy en día, el consumo mundial de carbón sigue aumentando año tras año.
¿Y las energías renovables? Es importante subrayar que la OPEP considera que las energías renovables son un componente esencial de nuestro futuro energético, y los Países Miembros están realizando importantes inversiones para aumentar su capacidad. Sin embargo, también reconocemos que las energías renovables son sólo una parte del futuro rompecabezas energético.
¿Es realista pensar que las energías renovables pueden satisfacer por sí solas la demanda energética mundial actual y la expansión energética mundial prevista, sobre todo teniendo en cuenta que la eólica y la solar sólo suministran actualmente alrededor del 4% de la energía mundial?
Hay que tener en cuenta que el desarrollo de las energías renovables requiere otras fuentes de energía. Los productos derivados del petróleo, como la fibra de vidrio, la resina y el plástico, se utilizan en las turbinas eólicas y el etileno en la producción de paneles solares. El petróleo es vital para los vehículos mineros necesarios para extraer minerales críticos de los que depende la producción de renovables. Y en cuanto a los parques eólicos, no existirían sin el acero, lo que nos devuelve a la importancia del carbón.
En la actualidad, el consumo mundial de petróleo aumenta año tras año y los productos derivados del petróleo siguen proporcionando inmensos beneficios a miles de millones de personas. Sin ellos, los coches, autobuses, camiones y furgonetas se quedarían tirados, los aviones no volarían, el sector de la construcción prácticamente se paralizaría, la producción de alimentos quedaría devastada y sería difícil fabricar productos sanitarios como jeringuillas médicas, desinfectantes de manos, válvulas cardíacas artificiales, mascarillas de reanimación y estetoscopios.
A pesar de los informes sobre el inminente pico de demanda de petróleo, el mundo sigue consumiendo más petróleo año tras año. Es una tendencia que hemos visto en las energías en el pasado, y no nos cabe duda de que esta tendencia continuará en el futuro, dada la expansión de la población en el mundo en desarrollo, la urbanización y el crecimiento económico.
Esto significa que necesitamos inversión, inversión y más inversión. En la OPEP, vemos unas necesidades mundiales de inversión en la industria petrolera de 17,4 billones de dólares hasta 2050; casi 650.000 millones de dólares al año.
Teniendo en cuenta todo esto, ¿ha llegado quizás el momento de replantearse el concepto de «transición energética»? El pasado nos ha demostrado que nuestro futuro nunca ha consistido en sustituir las fuentes de energía, sino en adoptar otras nuevas y encontrar continuamente nuevos usos para la energía. Esto ha sido impulsado por el desarrollo industrial y, quizás lo más importante, tecnológico. Se ha tratado de añadir nuevas energías y tecnologías, no de quitarlas.
Está claro que necesitamos todas las energías para conseguir la seguridad energética y la disponibilidad de energía que todos deseamos, y todas las tecnologías para lograr la reducción de emisiones que todos necesitamos. Éste parece un enfoque más prudente a la hora de trazar futuras vías energéticas adecuadas para las naciones y los pueblos de todo el mundo.