Un campesino que vivía en una aldea lejana de la India, tenía un caballo, el animal era el complemento de todos sus trabajos, con él llevaba su carreta, labraba la tierra, montaba a caballo para buscar el mercado en el pueblo, pero un día el caballo se fue a la selva con una manada de caballos salvajes y no regresó, entre tanto sus vecinos se compadecían de él diciéndole “pobre de ti, era tu único caballo y se te fue a la selva qué mala suerte” El viejo sabio respondía: “mala suerte, buena suerte, quién sabe, sólo Dios lo sabe”.
Un día inesperado, el caballo regresó con otros caballos salvajes y el hijo del campesino que era un mozo muy valiente y vigoroso, amarró uno de los caballos salvajes para domarlo mientras que los vecinos le decían “qué buena suerte tienes, se te fue el caballo y regresó, y ahora tienes otro caballo más” pero el viejo respondía con el mismo adagio “mala suerte, buena suerte, quién sabe, sólo Dios lo sabe”. Por aquellos días el hijo del campesino mientras domaba el potro salvaje éste lo echó por tierra y le fracturó una pierna gravemente. Los vecinos se lamentaban otra vez “qué mala suerte tienes, ahora se te ha herido el muchacho” y el campesino con su paciencia respondía “mala suerte, buena suerte, quién sabe, solo Dios lo sabe”
Sucedió que en aquella región se desencadenó una guerra y las tropas pasaban reclutando a todos los jóvenes de la aldea para llevárselos a la guerra, la mayoría de aquellos jóvenes no volvían a casa porque morían en los campos de batalla, pero el hijo del campesino como tenía una pierna rota se salvó de ir a la guerra.
Esta metáfora está cargada de espiritualidad y lucidez, nos enseña cómo mirar los acontecimientos de nuestra propia historia personal y de nuestra historia colectiva como país.
Estos días en que pareciera haberse derrumbado el sueño que teníamos como país de ingresar a los BRICS y asediados por 940 sanciones imperiales, es como si escucháramos el lamento de los vecinos de aquella aldea india por nuestra “mala suerte”. No obstante, en medio de todos estos adjetivos de mala suerte, siempre surgen las mentes sabias y sensatas que saben esperar como el campesino aquel. Son los que saben mirar con paciencia los acontecimientos. Es paciencia histórica lo que necesitamos y mucha capacidad para que, mientras se logra el objetivo, nos reinventemos otros escenarios de resistencia y crecimiento como hasta ahora lo hemos hecho. Considero que los acontecimientos en la historia tienen un tiempo para suceder. “Todo tiene su tiempo bajo el sol” dice el libro del Eclesiastés (3,1). Y nuestro pueblo que es sabio lo afirma con otro adagio: “el tiempo de Dios es perfecto”.
No era aun el momento para ingresar a los BRICS, “quién sabe, sólo Dios sabe” Los acontecimientos requieren esperar para ser vistos con distancia histórica y entonces comprenderemos con claridad el por qué.
¿Será que acaso nos falta aun consolidarnos más como estado comunal para que el pueblo todo pueda ser plenamente protagonista de ese refrescamiento económico que traerían los BRICS?
O, ¿Será que acaso estamos muy empeñados en lo material-económico (economicismo) y hemos descuidado nuestros valores, nuestra ética familiar y social?
Porque sin la sensatez de un pueblo que valora todo desde lo profundo de su interioridad, de nada valen abundancias materiales, porque para lo único que servirían es para extraviarnos en el sinsentido del consumismo y el desenfreno.
Si a pesar del escarmiento sufrido con el tema PDVSA cripto, seguimos presenciando bochornosos escándalos de personajes inmersos en la corrupción, tal vez sea esta la mejor señal de que nos falta crecer éticamente mucho más, y robustecer la conciencia desde nuestro propio crecimiento integral para poder hacer también robusto lo colectivo.
¿Que no entramos a los BRICS? ¿Que es “mala suerte”? Quién sabe, sólo Dios lo sabe. Ahora es tiempo de discernimiento y preparación consciente desde una formación integral en valores para que no caigamos en la insensatez cuando llegue el momento de la abundancia. La felicidad no es ni derroche, ni robo como muchos piensan, sino el disfrute de una vida sobria y digna en lo cotidiano con una mirada siempre agradecida.