250 años de la Negra Matea, la Primera Maestra de Simón Bolívar, un símbolo de unidad de África y Nuestra América

El 21 de septiembre de 1773, en el Hato El Totumo, extensas tierras propiedad de la familia Bolívar-Palacios, en la población de San José de Tiznados, pueblo ribereño del río Tiznados nació Matea, hija de africanos o descendientes de ellos. El nombre de su madre y padre se desconocen, pero el de un posible abuelo si consta en la lista de bienes de la familia, se llamaba Nicolás Ponte.

Llegó a la vida de Simón y sus hermanos a los 9 años. Por sus habilidades físicas y por su extraordinaria capacidad para contar historias fantásticas –como la de Tío Tigre y Tío Conejo–que escuchaba de sus mayores, la llevaron para que ayudando en los quehaceres a la joven Hipólita, fuese fuente de aprendizaje para los niños Bolívar, en especial del tercero de los Simón Bolívar, dado que su padre lo había llamado así para honrar a Simón Bolívar el viejo y a Simón Bolívar el Mozo.

 

Le tocó a Matea enseñar sus primeros pasos y palabras a Simón Bolívar el Libertador. La historia le da a la ligera el título de “Niñera”, de “Aya”, cuando en honor a la verdad fue la primera maestra, esa que en el preescolar se ocupa de la  motricidad y de enseñar a hablar a través de cantos, poemas, cuentos. Ella lo hacía a tiempo completo.

 

“¿Dónde están Hipólita que me dio de comer y Matea que me enseñó mis primeros pasos?”, señala la tradición oral que preguntó el Libertador en su última visita a Caracas en 1827.

 

Estuvo presente en los momentos felices de SImón como la muerte de Juan VIcente Bolívar, dejando a su niños y niñas huerfanos y María Concepción llevando las riendas de una familia de infantes en una época de gran discriminación contra la mujer: Le tocó a Matea junto a Hipolita consolar, en el silencio solidario a un Simón de 9 añitos que pierde a su joven madre en tan crucial momento de la vida. Disfrutaron de verlo feliz en el matrimonio con María Teresa, y  con él lloraron la tristeza de la pérdida mortal de la inolvidable mujer.

 

La historia la ubica como testigo del sacrificio de Ricaurte en San Mateo en 1814. Ella, también, siguiendo como fiel patriota las instrucciones del ya Jefe de los Ejércitos Simón Bolívar, salió al exilio como protectora de María Antonia Bolívar. Después de pasar casi tres años en Curazao, continúa con los Clemente-Bolívar hasta La Habana, Cuba, de donde regresó con ellos en 1820 a Venezuela.

Su vida transcurre al lado de María Antonia y sus hijos, quienes le profesan un amor casi maternal a sabiendas de la estrecha relación que mantuvo con Simón y con la propia María Antonia. Matea estaba muy al tanto de los esfuerzos de esta última para, después de 1830, traer los restos mortales del Libertador a Caracas para cumplir con la voluntad del héroe universal.

Aparece en la escena pública nacional en 1842, aún adolorida por la muerte de su amada María Antonia, para ser testigo de las grandes pompas fúnebres que ofreció el gobierno venezolano de José Antonio Páez al Padre de la Patria. Tenía 69 años, lucía fuerte, haciendo honor a su condición africana.

 

 

 

T/Angencia Internacional del Sur