Armando Carías: El teatro me ha servido para sobrevivir

La directora del ahora diario digital Ciudad CCS expresa su alegría porque estamos, de algún modo, participando en la celebración de los 50 años de trayectoria artística de Carías. Mercedes Chacín, junto a Roberto Malaver, Félix Gerardi, Anahí Arismendi y quizás usted, lector o lectora inexistente, o virtual, para no herir susceptibilidades, también asistió y disfrutó algunos de los montajes que Armando Carías desmontaba con El Chichón. Armando se acomoda, pero antes, un chiste.

Buscando preguntas para Armando, porque tú sabes, es periodista, el primo de ella, que a veces camina conmigo, me dijo: “Fácil. Armando, ¿qué harías?”

Perdón. A mí me sigue dando mucha risa. Entonces, se acomodó: “El Chichón comenzó en el 78. Formalmente, el 7 de octubre de 1978 fue el primer estreno, en la Sala de Conciertos de la UCV, con una obra que es un clásico del teatro infantil latinoamericano que se llama “Plus, el fantasmita”, de una autora brasilera especializada en dramaturgia infantil llamada María Carola Machado; esa obra, prácticamente, no hay grupo de teatro infantil en Latinoamérica que no la haya montado y en Venezuela la han montado muchísimas veces; yo fui uno de los que también la montó”

Como periodista, Carías hace teatro. Como teatrero, el comunicador se comunica en la calle. Comunicarse con Armando tiene su swing; para hacer de un cuento largo uno corto, el entrevistado hizo lo que le dio la gana. Llegó puntual y sudado. “¿Tú no meditas?”, me preguntó cuando me vio azorado. Estira el cuello y acomoda la prótesis auditiva. Escuchó la pregunta de Clodovaldo Hernández, enviada a través de una “red social” y nos pregunta si escuchamos. Profesor al fin, la repite, nos mira y me siento viendo a este tipo increíble que, luego de las fotos en la esquina Principal y antes de marcharse, frente a la casa donde vivió Simón Bolívar, la Mansión Gradillas, dijo lo que se dice después de la entrevista, que no se graba, no se desgraba, no se cuenta, no sé y etcétera.

Pero la respuesta a la pregunta del colega del entrevistado, y compañero de trabajo en El especulador precoz, y por supuesto, la pregunta, no la van a leer ahorita, si es que están leyendo. Carías, así, relajado, va y viene por los tiempos de Caracas con una memoria impresionante. “Nosotros hicimos una versión que tenía mucho de lo audiovisual: una parodia de un programa de televisión y enmarcamos la obra dentro de una escenografía que era una pantalla de televisión y usamos mucho los códigos del cómic; me acuerdo que había una pelea con la música de Batman”.

Y Armando tarareó la canción. Era la música de Batman, igualita. Hay frases que no se transcriben. Quiero poner las letras desordenadas para emularle. “Bang, crash, pum”. Y el dúo dinámico entrompaba con los malos. Carías entona y uno se va a aquella pantalla de aquel televisor. “Ustedes conocen es al Batman papeado, ¿se acuerdan? Batman y el joven maravilla eran dos alfeñiques. Ese fue el inicio, año 78 en la UCV”.

-¿Y Comunicalle?

– Fue uno de los tantos sueños o soñares, como la canción de Gloria Martín, Soñares, con los que uno transita su carrera personal y artística, pero yo añado siempre la parte comunicacional, porque estos 50 años no son solamente como artista de la escena, del teatro en este caso; sino como creador o comunicador para la infancia”.

Un inventario con su equipo de trabajo en Comunicalle se paseó por todas las publicaciones infantiles en las que Carías ha colaborado: “La última, o la más reciente, ha sido Noticias de juguete en Ciudad CCS, pero yo vengo de la escuela de Jesús Rosas Marcano, nuestro profesor, y en particular el mío, de Teoría de la comunicación; él fue un gran motivador. Escribí en El tombolín, que dirigía Ángela Zago; El cohete, que dirigió Miyó Vestrini; La ventana mágica, que dirigió Ligia Biachi; El Nacional para los niños, que dirigió Elizabeth Fuentes; Meridianito, que dirigió Carlos Chacón; Pininos, que dirigía Jesús Rosas Marcano, en el INOS. La revista infantil del INOS (Instituto Nacional de Obras Sanitarias) se llamaba Pininos; miren que nombre tan bonito. Mi título de comunicador, que uno siempre pide que se lo firme un profesor que uno admira, aparte de mi tutor, que fue Rosas Marcano, lo firmó Earle Herrera.

-¿Qué te llevó a hacer teatro infantil?

El hambre. Yo estudiaba en la Escuela Nacional de Teatro, de una cosa que se llamaba el Inciba (Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes, fundada en 1965), del lejano siglo pasado y esa escuela la cerraron por falta de presupuesto; los estudiantes quedamos en el aire y fundamos un grupo de teatro. Sin dinero y sin nada, nos fuimos a dedo hasta Colombia al Festival de Manizales, un festival muy político. Se transformó el viaje, que iba a ser un fin de semana, a uno de seis meses, pidiendo cola y pasando trabajo. Durmiendo tanto en pocilgas, en hoteles cinco estrellas. Colombia, Ecuador, Perú. Regreso por tierra, llegamos a México, y experimentando y viviendo recibo lo que en la Escuela no recibí.

-¿Qué edad tenías?

-Veintiún años. Por eso yo fijo este 2023 como el de mis 50 años en el teatro infantil. En Bogotá, el 11 de septiembre, nos enteramos del golpe de Estado contra Allende. Nosotros teníamos, ese día del año 1973, el estreno de nuestra obra de teatro infantil en el teatro Jorge Eliécer Gaitán. Hubo duelo, estaban unos compañeros chilenos y se suspendió hasta el día siguiente, 12 de septiembre.

-¿Qué opina del Movimiento de Teatro César Rengifo?

Hay, o hubo, pero sigue estando, ese instante de silencio que es, que parece, y entonces, a punto de, irrumpe la risa. Los periodistas se miran. Caminándola, o como una crónica en bicicleta, con sudor, de la sala de redacción, donde además de la directora de Ciudad CCS, estaba otra, pero de Épale CCS, Niedlinger Briceño Perdomo. Francis Zambrano, jefa de Redacción, también estuvo en esta especie de cayapita a la que llegó, sonriente, un tipo como Rubén Wisotsky.

Entonces, de la sala de redacción, nos vamos para Unearte, al piso tres, sala Aquiles Nazoa. Antes de entrar, o para entrar, o si querías entrar por ahí, tenías que agarrar una piedrita, agacharte, lanzarla a la casilla uno, saltar a la dos con un solo pie, a la tres, poner los dos pies a la vez en la casilla cuatro y cinco y así hasta que llegas al cielo, te agachas, pasas al salón y te encuentras a Chichón, que después de hacer lo que hacen los chichones, finalmente pregunta:

-Armando, y ¿Cómo se hacen los sueños?

Luego de la risa común, de los lugares comunes, en la sala de redacción escuchamos a Carías seguir rememorando: “Yo fui fundador del Movimiento de Teatro César Rengifo. Escribí y dirigí las dos primeras obras; La tarea, que se estrenó en la escuela Hugo Chávez de La Limonera y Viaje al maravilloso mundo del teatro que se llevó a Ciudad Caribia”. Periodista siempre, Carías hace preguntas; hombre de teatro de calle, se sienta frente a nosotros en la sala de redacción y dirige la entrevista, se cambia de franela “¿Salgo con la de Ciudad CCS o con la de los 50?” y lleva tres puestas, posa para las fotos cerca del mediodía enmarcado en la esquina Principal, antiguo cuartel, ahora teatro y confiesa alguna pena, que no es nada cuando de tristeza se trata.

Orinoco

“Mi mayor tristeza es la Tragedia del Orinoco. Es una herida, una huella que yo llevo en mi corazón. Tú vas en una gira, con un grupo de artistas, y decirle a una madre que su hijo falleció, es un dolor que no me lo he podido tragar. Y cada año procuro no expiarlo, sino reivindicar la memoria de esos compañeros de la Tragedia del Orinoco que yo digo que no fue tragedia sino masacre. Ese juicio se volvió a abrir y estamos luchando para radicarlo en Caracas”.

-¿Cuál es su mayor satisfacción?

-Mis satisfacciones son incontables. Para mí es motivo de alegría ver a mis hijos actuando en las obras. Otra gran satisfacción, premonitoria acerca de mi pérdida auditiva; trabajé mucho con sordos, cuando estaba al ciento por ciento. Yo comencé mi pérdida auditiva en Radio Nacional, con el uso excesivo de los audífonos.

Me los vuelvo a poner, porque tengo que entregar antes que termine la celebración de. “Me satisface sentirme ucevista, así como ahora uneartista. Siempre tengo palabras de agradecimiento para la universidad; yo digo que le debo todo. A mi esposa la conocí siendo integrante de El Chichón. Yo jugaba béisbol mucho antes de ser estudiante en el estadio Sierra Maestra de la UCV”.

Armando Sueños, así, es una materia que se va a dar en la Escuela de Artes de la UCV. Armando lo dice así facilito cincuenta años después. “¿Por qué yo llego al teatro? Porque estaba en el Comité de Bachilleres sin Cupo en la Central”. Asiduo visitante de la Cruz Roja, lo de los chichones se le vino bien. Puntos, raspones, “Armandito, otra vez”, el periodista dice con seriedad que era muy tremendo y que su mamá le contaba que la enfermera decía.

En Unearte, cada vez que oía “chichón”, Gerardi susurraba, en forma de grito, “duro y en la cabeza”. Salimos a caminar rápidamente por los espacios de los museos y caminándola me dijo: “Armando Carías es un patriota que mantiene la dignidad de ser venezolano, mantiene una estética, una manera de ver las cosas a la venezolana y eso es importantísimo, es un frente de batalla contra la colonización permanente”. Gerardi conoció a Carías en los sótanos de la UCV porque el fotógrafo (ajá: ¿Cuál?) trabajó en un grupo de títeres.

“La crónica es un cuento que es verdad”, dice Armando Carías que dijo García Márquez. “Eso es un bache”, dice también Carías en el micrófono luego de ese silencio que no es silencio pero que aquí o allá, en el teatro, en la radio, en las entrevistas, o en los viajes, en fin, durante ese instante, se deja de respirar y se comienza a conspirar, respirando juntos y, según la gente de Comunicalle, cantando y bailando. En esa fiesta de ese viernes, varios paraguas y sombrillas hubo que mojaron a las hormigas con puro rock and roll. Armando saca discos “incunables” y muestra el mismo vestuario de hace cincuenta.

Parque Carabobo

En la mesa de redacción otra vez, le pongo el teléfono muy cerca de la oreja izquierda. Armando se ajusta el aparato y escucha a Clodovaldo Hernández, vía Wasap: “Yo empezaría diciendo que Armando es un periodista, un intelectual multifacético. Aparte de todo el trabajo que ha hecho en teatro, es un excelente humorista. Y en el equipo de El especulador precoz el aporta algo que es muy importante, que son los temas de vigencia permanente, si podemos decirlo así. ¿Cómo consigue esos temas, cómo se inspira para desarrollarlos?”

-Yo busco diferenciarme, porque sé que El especulador…es muy político en todos los sentidos. Partiendo del criterio de que hay para todo público, los temas están en el aire. He desarrollado mucho el sentido de la observación. Me gusta el humor de Jaime Ballestas, me gusta el humor de Luis Britto García. Entonces, abordo mucho la cotidianidad. Me he dado cuenta que la gente, cuando algo no le sale bien, dice que el tiempo de Dios es perfecto. Entonces me puse a buscar todas, o las que encontré, expresiones que usamos para justificar. Te prometo que mañana te traigo el vuelto, si Dios quiere. Cuando reto a Dios, porque no quiero que suceda algo, ni que Dios lo quiera. Tú tienes que ver la conexión que hay con el humor, porque si la persona no maneja el tema… para responderle a Clodovaldo, que le saca punta, con el humor, a una bola de billar.

Sus tres primeras obras de teatro fueron inspiradas en hechos periodísticos. Envalentonado, escribió La estrella azul, con quince funciones a casa llena en el Aula Magna y quiso abrirle juicio a Disney. Disney, Empresas Disney, estuvo a punto de demandar a El Chichón, pero no.

-¿Para qué te ha servido el teatro en tu vida cotidiana?

Primero, para sobrevivir. Tengo la fortuna de que yo vivo del teatro. Me ha servido para vivencial y hacer todas las cosas maravillosas que te da el arte. Tenía las mejores salas del país, el Aula Magna y la Sala de Conciertos.

Sigue apostando a la comunicación que activa todos los sentidos de la especie humana.

GUSTAVO MÉRIDA / FOTOGRAFÍA: ALEJANDRO ANGULO / CIUDAD CCS