La Ley Antibloqueo llegó con la verdad sin anestesia ¿Seguirá así?

Por: Clodovaldo Hernández

Tal como ocurre en la vida diaria, en las relaciones familiares, de amistad, de trabajo o comunitarias, muchas veces damos por descontado que los demás están informados y entienden lo que está pasando. Y luego, un día cualquiera, nos damos cuenta de que no. No están informados ni entienden.

De esos equívocos surgen toda clase de eventos traumáticos: rupturas, divorcios, despidos, peleas, rencores.

Y lo mismo pasa a escala nacional y mundial, por lo que muestra la experiencia. Por ejemplo, era mucha (muchísima) la gente que no había entendido hasta esta semana que el país, como producto de uno de los bloqueos más despiadados y brutales de todos los tiempos, está literalmente sin un centavo en el bolsillo. Y todavía hay muchos que siguen sin entenderlo. Advertido.

La alocución del presidente Nicolás Maduro al hacer entrega de la Ley Antibloqueo fue, entonces, como uno de esos momentos de catarsis en los que la pareja, un familiar, un amigo o el jefe en el trabajo dice la verdad sin atenuantes y nos deja anonadados y pensando -una de dos- en ¿por qué no lo dijo antes; o en por qué yo he tenido que esperar a que me lo diga para entender, si es algo tan evidente?

Sin embargo, esta saludable manifestación de sinceridad que ha caracterizado la presentación de la Ley Antibloqueo no parece sobrevivir en el contenido del texto jurídico y sus implicaciones. Por el contrario, la ley contiene disposiciones expresas para restringir el flujo de información de los organismos públicos hacia la colectividad. Esto es muy preocupante porque, aún si esas normas en vigor, muchos entes del Estado profesan una política informativa consistente en no informar nada a nadie nunca. Y no se trata solo de los impertinentes medios de comunicación, sino también de los particulares que, por cualquier razón, requieren información de dichos organismos.

Sinceridad con datos

Resumiendo lo dicho por el presidente, el bloqueo y las medidas coercitivas unilaterales de Estados Unidos y sus aliados han privado al país de todos sus ingresos por concepto de exportaciones petroleras y han impedido que produzcamos algo tan elemental en una nación petrolera con importantes centros refinadores, como es la gasolina. También esa agresión multidimensional es una de las grandes causas de casi todas las otras calamidades que padecemos en materia de servicios públicos, porque EEUU no se conforma con no vendernos equipos y repuestos, sino que tampoco permite que nadie en el mundo lo haga, a menos que quiera meterse en problemas con el jefe de la mafia planetaria.

La clave de la revelación fueron los datos duros. Dijo el presidente que en 6 años Venezuela perdió 99% del volumen de divisas. De 100 dólares que percibía en 2014, hoy recibe un dólar. De 56 mil millones de dólares cayó a menos de 400 millones en 2019. 

Extrapolemos estas palabras al escenario de un pequeño emprendimiento familiar. Supongamos que el jefe o la jefa reúne a todos y dice: «Hasta ahora recibíamos 56 millones de bolívares. Este mes nos las vamos a tener que arreglar con 400 bolívares». Aquí valdría la expresión popular ¿así o más claro? o, tal vez, una versión adaptada, ¿así o más dramático?

En cuanto a la gasolina, Maduro explicó -por primera vez, al menos con ese énfasis- que no entró ni una gota al sistema de distribución porque los tres tanqueros que venían con 3 millones de barriles, fueron secuestrados y robados por EEUU en alta mar. Volviendo a extrapolar, es como si el papá o la mamá va a hacer mercado y regresa sin dinero y sin comida. «Me atracaron unos malandros», cuenta.

En ambos casos, se agradece la sinceridad, aunque sabemos que a veces los padres y las madres preferimos ocultarles los detalles más crudos de la realidad a los hijos, creyendo que de esa forma los protegemos de ella. Llega un momento en que eso es inconveniente y perjudicial, incluso con los niños pequeños. Y tratándose de un país, no valen esos sentimientos paternales o maternales porque no estamos hablando de padres e hijos sino de unos gobernantes y la sociedad que les ha dado el mandato.

Es cierto que el gobierno ha denunciado desde el principio las agresiones imperiales, violatorias del derecho internacional y de las mínimas normas de convivencia entre naciones. Pero a esa denuncia le había faltado, hasta ahora, la contundencia de los datos descarnados. Da la impresión de que el gobierno había preferido dorar la píldora, tal vez a la espera de una solución prodigiosa, y que, ya en el extremo de la asfixia a la que la inmoral élite imperial nos tiene sometidos, ha optado por franquearse por completo. 

Más vale tarde que nunca, pero que quede constancia de que el tiempo de ocultamiento de los datos más macabros ha tenido un efecto perverso en mucha gente, tanto del pueblo pobre como de las clases medias, que han seguido percibiendo al Estado como el papá rico, cuando la dura realidad es que está en bancarrota. Esa es una de las razones por las cuales se le echa tanto en cara al gobierno que antes nos daba y ahora no.

Esta presentación sin anestesia de  la Ley Antibloqueo debería marcar el comienzo de una etapa más transparente en la información a la sociedad toda, pues, lamentablemente el hermetismo ha llegado a extremos surrealistas en toda la estructura del Estado. Usted pregunta a cuánto asciende la producción nacional de zanahoria y lo tratan como si estuviese tratando de averiguar la clave secreta de las bóvedas del polvorín de Fuerte Tiuna. Infortunadamente, según serios análisis como el del insospechable bolivariano Luis Britto García, algunos artículos del proyecto de ley apuntan en una dirección diametralmente opuesta.

La ley misma sería el tema ideal para arrancar con ese nuevo pacto informativo, derivado de la alocución del presidente Maduro. Una vez plasmado el catastrófico cuadro al que intenta atender, es un imperativo que se divulgue con toda claridad el contenido del instrumento y lo que implicarán -para las actuales y próximas generaciones de venezolanas y venezolanos- las políticas públicas que se planea desarrollar bajo su amparo.

Dicho también en onda de plena sinceridad: ya el enfermo fue informado de la extrema gravedad de sus males. Ahora hay que derrochar franqueza en cuanto a los terribles dolores que le (nos) causará el tratamiento. Ya que se dijo la verdad y nada más que la verdad, el país merece que le digan también toda la verdad.