Somos los únicos legítimos, dice el diputado Juan Guaidó, nuevo presidente de la Asamblea Nacional, luego de anunciar que, bajo su mando se llevará a cabo la tan prometida transición hacia la democracia.
No culpemos a Guaidó. Él no es original en su planteamiento. Solo repite el discurso oficial que baja desde el norte imperial y rebota en Lima y su grupo de gobiernos vasallos. Si a él no le hubiese correspondido (¿en suerte?) ser el elegido para encabezar la directiva del casi autodisuelto Parlamento, otro u otra estaría en ese lugar, dando las mismas declaraciones y oscilando entre la gloria de ponerse eventualmente la banda presidencial y sucumbir en el más estridente de los ridículos.
De todos modos, no está de más analizar su caso particular. ¿De dónde nace la legitimidad de Guaidó? Pues, tiene un origen netamente democrático y electoral. Resulta ser que este joven ingeniero obtuvo 97 mil 492 votos, equivalentes a 26% de los sufragios emitidos en la circunscripción electoral del estado Vargas, en las elecciones legislativas de diciembre de 2015.
La historia de Guaidó es la misma de todos los otros integrantes de la AN. Todos fueron electos con los votos de una minoría de sus respectivas circunscripciones, solo que fueron la mayor minoría. Así es nuestro sistema electoral.
Lo cierto es que, de acuerdo al enfoque de democracia que considera válido nuestra oposición (es nuestra, nadie nos la puede quitar), a Guaidó le bastan esos 97 mil votos, y ese 26% del padrón electoral de Vargas, para ser más legítimo que Nicolás Maduro, más legítimo que los integrantes de la Asamblea Nacional Constituyente, más legítimo que los gobernadores electos en octubre de 2017 (incluyendo cuatro opositores), más legítimo que los alcaldes y más legítimo que los concejales, funcionarios que también fueron electos por minorías votantes en sus respectivas circunscripciones.
¿Quién fue el árbitro electoral de aquellos comicios en los que nació la legitimidad de Guaidó y de todos los otros muy legítimos diputados? Un observador desprovisto de contexto podría pensar que esas elecciones fueron dirigidas y supervisadas por unos jueces imparciales e inmaculados, que luego fueron sustituidos por otros, parcializados y perversos. Pero sabemos muy bien que eso no es cierto. El organismo electoral de 2015 es el mismo de 2017 y 2018.
Entonces, cabe preguntarse algo sencillo: ¿por qué los votos de Guaidó y de los otros diputados lograron proporcionarles legitimidad a toda prueba, pero los de Maduro no surten ese efecto? Es un enigma tan difícil de explicar que los voceros opositores ya han optado por no intentarlo. Simplemente repiten sin cesar que el gobierno, la ANC, los gobernadores, alcaldes y concejales son ilegítimos, sin oír nada que diga alguien más al respecto, como quien toca una cacerola y entra en trance.
¿Legitimidad de desempeño?
Los expertos opositores (que tampoco nos los puede quitar nadie, son tan nuestros como nuestra oposición) dicen que el asunto se la legitimidad no depende solo del origen del mandato, sino del desempeño. De allí que un gobernante electo puede hacerse ilegítimo si actúa antidemocráticamente.
Ahora, cabe preguntarse si en los tres años que lleva la Asamblea Nacional en funciones ha conservado su legitimidad de origen o la ha dilapidado, igual que su capital electoral. Nadie tiene por qué creerme a mí, que soy un observador sesgado, pero bastará con cotejar sus promesas y bravuconadas iniciales, las de enero de 2016, con sus magros logros para concluir que más que deslegitimado, ese poder político está desacreditado, desautorizado, desprestigiado, mal visto. Y no le ocurre esto con el chavismo que perdió aquellas elecciones (lo cual sería muy natural), sino con sus propias huestes.
Aparte de haber creado expectativas demasiado elevadas que luego no ha podido satisfacer, la oposición en la AN llega a su cuarto año dividida, sin líderes de trascendencia nacional (el ascenso de Guaidó habla por sí solo) y sometida al control de los grupos más radicales, que actúan desde el exterior, aliados con la enorme capacidad de chantaje de la maquinaria mediática.
El desgaste de la credibilidad -y, en buena medida, de la legitimidad- de la AN se ha acentuado con sus ineficaces proclamas de desconocimiento del gobierno. En estos tres años han declarado vacante el cargo de Maduro al menos tres veces y ahora están preparando la cuarta. Como a esos padres que amenazan y nunca hacen nada, su palabra ya no escarmienta.
Para colmo, la legitimidad de la AN pretende sustentarse en el Grupo de Lima, un club de personajes a los que más valdría perder que haber encontrado. Por cierto, estos gobernantes emitieron un comunicado en el que reconocen abiertamente la soberanía de Guyana sobre el territorio Esequibo, y nuestra oposición (esa, que nadie puede quitarnos) suscribió el documento sin siquiera ponerle un asterisco para hacer una aclaratoria. ¡Qué gente tan legítima!
T/LaIguana.TV/Clodovaldo Hernández