Trabajo Especial | A 44 años del golpe militar contra Salvador Allende

Este lunes 11 de septiembre se cumplen 44 años del golpe de Estado en contra el presidente socialista de Chile, Salvador Allende.

El asedio político, el clima de desestabilización, la desinformación, la tergiversación y la manipulación  fueron los protagonistas para abonar el camino previo a uno de los golpes militares más sangrientos de la historia Latinoamericana.

La derecha chilena contó con la complicidad de grandes corporaciones mediáticas. Los diarios El Mercurio, Tribuna y La Tercera destacaron como los más activos en el plan golpista, que sobrevino la dictadura militar encabezada por el general Augusto Pinochet, quien gobernó de facto pot 17 años y medio.

En este período se contabilizan más de 3.200 personas asesinadas, casi 1.200 desaparecidos y 34.000 personas que sufrieron torturas y fueron encarceladas injustamente, además de un gran número de chilenos que se vieron en la necesidad de huir de su país para salvar sus vidas.

En una entrevista concedida al diario venezolano Correo del Orinoco, en 2013, el escritor y periodista chileno Ernesto Carmona explicó que las acciones del poder mediático fueron “encabezados por El Mercurio, que llegó a autocerrarse por un día para que la SIP (Sociedad Interamericana de Prensa) pudiera proclamar que Allende violaba la libertad de prensa. Su dueño, Agustín Edwards, tuvo acceso a Henry Kissinger e influyó en la decisión de Richard Nixon de ‘hacer chillar la economía’, como consta en documentos desclasificados de la época”.

Documentos desclasificados en 2003 por el Departamento de Estado de Estados Unidos revelaron que el entonces presidente norteamericano Richard Nixon instruyó promover un golpe de Estado, que impidiese a Allende ser investido el 4 de noviembre o que lo derrocara luego de iniciar su gobierno.

Para lograr este cometido se acordó crear una crisis económica en la nación suramericana que afectara directamente a la población, y justificara un alzamiento militar. En ese sentido, los medios se encargaron, con financiamiento de Washington, de actuar en el desarrollo de una guerra psicológica y de desprestigio para golpear la moral del pueblo chileno y del gobierno de Allende, con el ataque a integrantes de su gabinete.

Chile vivía desde hacía tiempo en una tensión política y social creciente y el rumor de un inminente golpe crecía a diario. El pronunciamiento fue bien recibido por un amplio sector de la sociedad chilena, enemiga de las reformas y cansada de las penurias económicas. Los militares desencadenaron una furibunda represión contra los partidarios de la Unión Popular (UP), que se saldó con miles de detenidos y centenares de muertos.

Sólo dos semanas antes del golpe, el general Augusto Pinochet había sido designado por Allende comandante en jefe del Ejército, sustituyendo al general Carlos Prats, el cual fue asesinado posteriormente, en 1974 por la DINA, la policía política de la dictadura.

Augusto Pinochet, al que se consideraba un militar constitucionalista –Allende confió en su lealtad hasta  última hora-, no había jugado un papel relevante en la preparación del golpe, pero cuando los organizadores se lo propusieron, no dudó en aprovechar la oportunidad histórica de encabezarlo.

En la madrugada del martes 11 de septiembre los barcos de la Armada, que habían zarpado el día anterior para participar junto a buques estadounidenses en unas maniobras militares, regresaron a Valparaíso. Unos pocos cañonazos bastaron para ocupar las calles del puerto, la Intendencia y los centros de comunicación. Eran las 6 de la mañana.

Después de tratar inútilmente de comunicarse con los jefes de los tres ejércitos, Allende tuvo claro que los tres cuerpos estaban conjurados en el golpe. Entonces empezaron a sentirse los primeros disparos entre golpistas y francotiradores instalados en los edificios públicos próximos. A las 9:20 de la mañana, Allende habló por última vez a través de Radio Magallanes. Con emotivas palabras, en el que sabe será su último discurso, se despidió del pueblo chileno.

Salvador Allende se había convertido en el líder natural de la izquierda chilena desde mediados de los años cincuenta. Impulsor de la fórmula conocida por la vía chilena al socialismo, una vía pacífica, que postulaba un socialismo democrático y pluripartidista, en las elecciones del 4 de septiembre de 1970, encabezando la candidatura de la UP -coalición que integró a todos los partidos de izquierda chilena, recibió el 36,6 de los votos, casi dos puntos más que el derechista Jorge Alessandri y nueve más que el democristiano Radomiro Tomic.

En las legislativas de marzo de 1973, la UP aumentó el respaldo hasta el 45 por ciento de los votos, pero fue insuficiente para conseguir la mayoría de las dos Cámaras. Allende dirigió el país durante tres años con la oposición del Congreso y una parte de la sociedad, antagónica a  sus ideas. Su voluntad de disminuir la pobreza y las desigualdades no tuvieron el suficiente apoyo social. La sociedad chilena se fue polarizando cada vez más y el centro político se hundió. Además, la misma UP, en demasiadas ocasiones, le proporcionó un apoyo político endeble y fragmentado.

El papel de Estados Unidos

La masiva desclasificación de documentos estadounidenses sobre el golpe de Estado en Chile en 1999 y el año 2000 confirmó la responsabilidad de Washington en el derrocamiento de Allende. Los documentos de la CIA, el Pentágono, el departamento de Estado y el FBI señalaron que desde la elección de Allende en 1970, el entonces  presidente Richard Nixon autorizó al director de la CIA, Richard Helms, a socavar al gobierno chileno por temor a que el país se convirtiera en una nueva Cuba.

De hecho, la agencia realizó operaciones encubiertas en Chile desde 1963 a 1975, primero para impedir que Allende fuera electo –sobornando a políticos y legisladores-, luego para desestabilizar su gobierno y, tras el sangriento golpe, para apoyar la dictadura de Pinochet.  Los documentos también revelaron que la CIA pagó 35.000 dólares a un grupo de militares chilenos implicados en el asesinato, en octubre de 1970, del general René Schneider, comandante en jefe del Ejército y leal a Allende.

Las víctimas

El Estadio Nacional se convirtió en el mayor campo de detención, cerca de 30.000 partidarios de la UP fueron hechos prisioneros, torturados y muchos asesinados, entre ellos el cantautor Víctor Jara. Según el informe Rettig(1991), murieron a causa de la violencia 3.196 personas, de las que 1.185 fueron detenidos políticos desaparecidos, de las que pocos han sido encontrados e identificados. Pero estas cifras son de muertos y desaparecidos comprobadas meticulosamente tras las denuncias recibidas por la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, creada en 1990. Otras fuentes elevan las cifras significativamente.

La última víctima ilustre de aquel luctuoso septiembre chileno fue el laureado poeta Pablo Neruda. Falleció el día 23. El funeral se convirtió en la primera manifestación contra la Junta Militar. Su muerte todavía es un misterio. En febrero del año 2013, su cadáver ha sido exhumado para intentar aclarar si falleció como consecuencia del cáncer de próstata que padecía o fue envenenado, la cual todavía esta siendo investigada.

T/RNV/Agencias