El pueblo chavista propinó hace 15 años una derrota a las élites venezolanas que habían tomado el poder político en el país por vías inconstitucionales. El 13 de abril de 2002, los patriotas defendieron la decisión soberana tomada el 30 de julio de 2000, cuando Hugo Chávez fue electo de nuevo presidente tras la aprobación de la nueva Constitución, y restablecieron el orden constitucional y democrático.
Dos días antes, la derecha —alentada por agentes externos— gestó un golpe de Estado que derivó en la instauración de una dictadura que tan sólo duraría 48 horas. La unión cívico-militar con conciencia patriótica fue la clave para derrotar a la contrarrevolución.
Aquel plan golpista comenzó los primeros días de 2002 con saboteos y una feroz campaña mediática, donde el desequilibrio informativo, las falsedades y la distorsión de las informaciones marcaron las pautas en la prensa privada.
La maniobra pautada para abril tuvo como antesala la convocatoria a dos paros patronales: uno, por 24 horas, para el 2 de diciembre de 2001, en protesta por la aprobación de 49 leyes vía Habilitante meses antes; y el otro, para el 9 de abril de 2002.
Ambas paralizaciones fueron promovidas por los directivos de la Federación de Cámaras y Asociaciones de Comercio y Producción de Venezuela (Fedecámaras) y de la Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV).
Con esa antesala, se convocó para el 11 de abril a una marcha cuyo destino, en primera instancia, eran los alrededores de la antigua sede de Petróleos de Venezuela en Chuao. Una vez allí, los cabecillas del golpe contra el Gobierno de Chávez llamaron a desviarse hacia el Palacio de Miraflores, en el centro de Caracas. Tenían ya preparada una emboscada en contra de sus seguidores.
Funcionarios de la extinta Policía Metropolitana y francotiradores, ubicados de manera estratégica en algunos de los edificios de la avenida Baralt, esperarían esa marcha, contra la cual abrieron fuego, y cuyas víctimas serían utilizadas para justificar el golpe.
De esa conjura resultaron asesinadas 19 personas, mientras que más de 100 resultaron heridas. La derecha y sus aliados externos no se resignaban a perder el poder.
El plan golpista siguió su marcha con la persecusión de dirigentes del chavismo y miembros del tren de gobierno. A las 5:30 de la tarde del 12 de abril, Pedro Carmona Estanga, presidente de la patronal Fedecámaras, se autojuramenta como «presidente de transición».
En cuestión de minutos se destituyeron de los cargos a los diputados principales y suplentes de la Asamblea Nacional, así como el presidente y demás magistrados del Tribunal Supremo de Justicia, el Fiscal, el Contralor y el Defensor del Pueblo, y los miembros del Consejo Nacional Electoral.
Horas después el pueblo salió a las calles, mientras integrantes de la Fuerza Armada se rebelaban ante los golpistas. Exigían ver a Hugo Chávez. La censura de las grandes corporaciones mediáticas se imponía; sin embargo, los medios comunitarios y algunos medios internacionales se convirtieron en los principales aliados para denunciar el secuestro del líder socialista.
Una multitud se dirigió al Palacio Presidencial de Miraflores, donde la Guardia de Honor vitoreaba aquella acción. Ante la exigencia de ver a Chávez y sin un verdadero respaldo militar, los golpista se apresuraban por salir del lugar el 13 de abril, cuando Carmona juramentaría a su cuerpo de ministros.
Ya retomado Miraflores y con el pueblo en las calles informado de que Chávez no había renunciado, como lo hizo constar en una carta escrita y firmada por él, se juramentó al entonces vicepresidente de la República, Diosdado Cabello, como Presidente provisional ante la falta temporal. El acto se realizó a las diez de la noche del 13 de abril.
Se da la primera orden de rescate de Chávez. Tres comandos, en helicóptero, salen a buscarlo a La Orchila, a donde lo habían llevado los promotores del golpe.
A las 2:50 am del aquel domingo 14 de abril llega a la plataforma de aterrizaje de Miraflores un helicóptero. La celebración del pueblo civil apostado en los alrededores de Miraflores y el pueblo uniformado llenó el lugar. ¡Volvió, volvió, volvió, volvió!, gritaban con algarabía.
Chávez, con su puño en alto y con su singular sonrisa, baja de la aeronave y entra al Palacio. Lágrimas de alegría le daban la bienvenida. Se construyó así una nueva página de la historia venezolana.
Con la derrota propinada a los golpistas, emergió la conciencia democrática de la unión cívico-militar que hoy ha permitido la derrota de los intentos y de las pretensiones del golpe continuado por parte de la extrema derecha en contra el presidente Nicolás Maduro.
T/AVN